Imponente, vestida solo con una bata desbordada de pechos blancos como la espuma de un mar turgente, apareció la Emperadora en lo alto de la torre. Kristóbal miró la oscura escalera de caracol y atrevió el ascenso. Arriba lo aguardaba su majestad en una bóveda de metal (regalo de antiguos dioses) con ventanales para contemplar un volcán humeante que emergía de un mar violento y gelatinoso. |