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Capítulo
I
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El
retorno
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La nave como un fragmento de desierto ambulante encalló en una playa carcomida por las sombras. Un hombre derrumbado sobre cubierta, se elevó con el infinito desgano de un molusco náufrago. Sacudió el polvo que lo cubría y contempló en el horizonte, una torre fosforescente, erecta como una lápida . Caminó por la playa. Apenas recordaba identidad. Se vio corriendo con su hermano por las orillas de un río marrón mientras se alejaba de una madre inmóvil que desde una ventana le regalaba miradas de preocupación. Sus ropas que alguna vez brillaron al destello del sol, ahora lo mostraban como un guerrero inmensamente derrotado, con charreteras sin flecos, pantalones carcomidos en las botamangas y pies llagados por las cortaderas de un sucio pantano. Un cochero que encontró en una crepuscular taberna lo llevó hasta el pueblo. El carro alejó la playa y dejó como algo remoto y quieto, entre la penumbra y la niebla a pescadores agachados, entre redes agonizantes y naves inclinadas . El carro avanzaba en terrenos que se elevaban, quebraban o hundían, formando un paisaje desolado. El cochero fingía firmeza al tomar las riendas con sus
manos de langostino y su sonrisa, una mueca de dolor, parecía ocultar
la vergüenza de ser viejo. El cochero le dijo que el pueblo era como un pescado podrido rodeado de filosas escamas donde la brisa fresca de las estrellas no visitaba los ventanales y que "..algunas noches, se escuchan gritos y lamentos retumbando en los muros pero de nada vale cerrar puertas y ventanas, sellar toda hendidura o llenarse las orejas de algodón. "Solo los Caballeros Negros habitan la oscuridad sin temores. Ellos con sus antorchas y espadas, jineteando en sus corceles, garantizan el sueño de los iberianos. En la noche cuando advertimos el sordo rumor de los cascos de sus caballos, mi esposa sirve una sopa densa y humeante. En la cama apretamos nuestros cuerpos y cuando amanece, nos arrodillamos y oramos entre llantos y risas mientras contemplamos las ultimas brasas encendidas de la chimenea." En una de las lomadas del camino (ya faltaba poco para llegar), apareció de nuevo, como un ojo de luz suspendido en el vacío, la Torre Imperial y muy abajo, atravesando una densa capa de nubes verdes y amarillas, una ciudad cautivada por un elevado muro cuyos límites se perdían en la oscuridad. Esa noche el viajero atravesó las puertas de la ciudad
flanqueada por taciturnos guardianes. Un humo vaporoso y fosforescente rodeaba las casas de la ciudad. El viajero llegó hasta un hotel dondeuna vieja con ojos de pescado, lo recibió . - ¡Mercedes, Mercedes! - gritó la mujer - !Oh! seguro que está durmiendo en las escaleras; a esta hora siempre se me queda dormida. - ¿Por qué hay tanto humo, señora ? - preguntó el viajero respetuosamente. - Usted recién llega y ya le molesta el humo - contestó
la mujer enojada -. Imagínese nosotros, !Estamos hartos del humo! Todo
huele a humo y muchos han enceguecido por ese humo; hay que tener cuidado
con las criaturas y los perros que son los que más aspiran esa niebla
negra. El humo anuncia la caída del fuego y gracias a Dios ya falta poco.
Hay días que no se ve nada, tanto que debemos caminar iluminados por faros
en pleno día y estar muy atentos para no terminar bajo las ruedas de un
carro o las patas filosas de caballos, que penetran como espadas en el
cuerpo. Mire, es terrible desde una celosía oír el relincho, después
el crujido de los huesos de la víctima arrollada y al final los latigazos
cayendo contra el asustado animal que huye del lugar. A estos conductores
prófugos, se los considera homicidas y el castigo es dejar existir para
Iberia. Alguien se encarga de hacer desaparecer todo registro de su existencia.
Los familiares deben hacer como si nunca existió. Al principio, es muy
duro, pero después terminan por olvidarlo. A tal punto de creer que todo
fue un sueño, una pesadilla. Imperceptible, como un fantasma cansado, Mercedes se había deslizado hasta llegar al ultimo escalón. - Mercedes, porque no llevas al señor a un cuarto vacío - ordenó la vieja. Mercedes lucía un gastado manto azul bordado con seda y su rostro lo cubría una fina ceniza, como de un incendio reciente. Ya en la habitación, las tinieblas retrocedieron ante el avance del candil que ella sostenía . Había un lecho, un viejo ropero con las puertas abiertas, había un espejo sobre una pared, había una silla y una mesita en un rincón y en el aire un olor a húmedo, a madera fermentada, a sudor de inquilinos. Una incómoda y pequeña ventana daba a la calle y mirando por ella, el viajero advirtió que enfrente había también un hotel. Cuando el viajero concluyo su vistazo, encontró a Mercedes sosteniendo su blanda figura en el marco de la puerta, con una sonrisa casi imperceptible . - Se la ve muy cansada - le dijo él - ¿Trabaja todo el día en el hotel? - Voy de aquí para allá todo el día. En las mañanas en el Castillo y por las noches hasta el amanecer en la posada. En el Castillo trato que mi Emperadora, mi amada Emperadora, no conozca la suciedad con sus sagrados miembros; también ayudo en la cocina preparando la sopa, lavando la verdura o cortando con un hacha la carne. La Emperadora sabe lo trabajadora que soy y por eso no me llevan junto a las princesas del Templo. En las noches vengo a la posada y duermo en alguna habitación o a veces en los escalones, ya estoy muy acostumbrada, y entonces descansan mis encallecidas manos, mis adoloridos brazos y sueño que vuelo entre las nubes celestiales y allá arriba me habla Amaunac, mi Señor Todopoderoso y siento que llora por mi. "Y al otro día todo mi cuerpo se ilumina y desaparecen mis callos, mis costras, mis dolores. Para mi Señor Todopoderoso, soy el ser que más ama y cuando en las mañanas despierto con el tañido de las campanas del Castillo, tomo mi sopa y siento el calentito recuerdo del Señor en mi corazón. Usted me va a ver siempre caminar serena con mi escoba y un balde. Y cuando llega la mañana y marcho al Castillo, me consuelo de solo ver a las Princesas del Templo volver a sus casas con ojeras azules, sus ropas almidonadas de semen y sus vientres hinchados. - ¿No tiene familia? - le preguntó el viajero que permanecía sentado en la cama, escuchando el relato, imaginando a Mercedes agachada y fregando su trapo como un esclavo remero en un barco pirata. - Mi padre era un pescador; una mañana fui con mi madre a recibirlo, yo tenía tres años. Corría un viento frío, la niebla inundaba las calles. Mi madre me llevaba cubierta de mantas y mis ojos negros casi escarchados se alcanzaban a ver como emergiendo de una madriguera. Y todo eso alegraba a mi madre, la llenaba de ternura. Nos cansamos de esperar y al atardecer el mar vomito trocitos de madera y un náufrago moribundo al que le habían arrancado la lengua y lucía dos perlas en el cuenco vacío de sus ojos." ¡Quién sabe! " suspiro mi madre." Si aquel sabor demasiado salado del mar no fuera la sangre de mi amado". Era muy raro que un pescador se perdiera y por eso mi madre desde nuestra casucha en la costa, miraba todas las mañanas, todas las noches, los atardeceres, las primaveras, los inviernos, los días felices y los tristes; como una estatua esperanzada a un mar espeso como la lava. Esa gigantesca inundación, nunca le devolvió a su amado y antes de morir, sus últimas palabras fueron: " ahora lo único que falta es que cuando muera tampoco encuentre a Dios." Los ojos del viajero ya se habían cerrado y Mercedes lentamente lo desnudó y cubrió con mantas. Después como una oruga se deslizó hacia la puerta. Era de día cuando el viajero aspiraba lentamente un aire denso y abría sus ojos a un cuarto que derramaba imágenes de anónimos visitantes. . |