Capítulo III

Traductor

 

Kristóbal amaneció su cabeza de fría tortuga entre mantas almidonadas por el polvo y sudor de una legión de inquilinos. Las sabanas hechas jirones parecían haber vestido el cuerpo de una momia. Ya en el Castillo recibió una noticia, que el daba por hecho, había sido aceptado como traductor; "... ahora deberá cumplir estrictamente las normas que se le impartan y encontrar un lugar para ubicar su escritorio.", le dijo el Notario. Kristóbal al acomodarse en un pequeño rincón debió soportar miradas amenazantes, sordos insultos y gestos de burla. "Seguro que así, reciben a todo el mundo. "Se consoló Kristóbal. Jornada de trabajo

Y así comenzó su jornada entre escribientes pertrechados de viejas bufandas ahorcando sus cuellos y que empleaban es-can-dalosas plumas para dejar largas líneas tembloro-sas en los pape-les1. En el centro de la sala una estufa de hierro sostiene una olla llena de sopa. Un caño lleno de agujeros conecta la estufa con una claraboya. Por ese caño escapa el humo, danza en remolinos y cae como una nieve negra sobre los escribientes dejando sus ropas hollinadas y unas inconfundibles cejas negras. Cuando el Notario aparecía en el Salón los escribientes debían quedar estáticos como estatuas. Aunque esto signifi-cara quemarse los labios con la orilla de una tasa de sopa o soste-ner una sonrisa de poco amor al trabajo. El Notario, entonces caminaba entre los inmóviles escribientes observando sus gestos, sus posturas, para ver cuan dormidos estaban. Cuando encontraba algún dormilón, se frotaba sus largos mostachones blancos, se rascaba la pelada, tomaba de la oreja al soñador y lo llevaba a su despacho. Los gritos, los insultos, los gemidos escuchados tras la puerta era para los escribientes que todavía "no habían probado al Notario" la única advertencia para estar despiertos y no con-vertirse en un humillado, como se llamaba a los que habían pro-bado la ira del Notario. Esos ya no serían los mismos. Eran los alcahuetes del Notario. Su voz se afeminaba y se peleaban para lucir las plumas más coloridas para escribir o menear sus caderas cuando el Notario los llamaba.