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Capítulo XVII
El sendero
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Nadie los vio salir al atardecer por un empinado sendero arrasado por la nieve y el desierto. Marcos (el guía) y Kristóbal hacen cumbre en el volcán durmiendo entre espesas nubes. De cara a estrellas flotantes. A la madrugada descendiendo la ladera prohibida, aparece Silón. Reciben a los visitantes un manojo de hombres estáticos y pegados unos a otros como un relieve en la roca. ¡Buenos días, cómo les va! los saluda un hombre joven pero de cara trabajada por el frío y la miseria. "Me llamo Rafael, continua diciendo, soy enviado por nuestro Rey para darles la bienvenida." Pasados los saludos y las sonrisas de la diplomacia, arreciaron las quejas: Que tenemos mucha hambre, que no tenemos que comer; esta tierra es piedra y cuando escarbamos aparecen piedras mas grandes... ya hace mucho que no comemos pescado pues los iberianos nos prohiben la pesca en sus playas, ¡ja! en sus playas (repite deletreando)...a nuestras mujeres se le caen los dientes y a los niños se les hincha el estómago. Ellos nos dicen que pesquemos en el río, pero esas aguas pasan primero por Iberia y aquí llegan podridas y si apenas la sorbemos al otro día nos salen ronchas en todo el cuerpo. No podemos ni siquiera dejar a los niños que jueguen con barro. A los chanchos, vacas y caballos, no les podemos dar esa agua por que se mueren. Todos los animales que toman esa agua se enferman y a los pocos días se mueren. Kristóbal entiende que todo es una confusión. Creen, conjetura, que yo soy funcionario importante de Iberia; me tienen que haber visto alguna vez con la túnica blanca de escribiente o con mi traje negro caminando Iberia. Deben pensar entonces, que tengo influencias, no saben si ante la Emperadora, pero por lo menos con algún Caballero Negro o Consejero (K. prefiere que el malentendido, continúe, le gusta sentir ese buen trato, tanta deferencia; en fin: lo hace sentir importante. Marcos esperanza a los quejosos diciendo que Amaunac promete días de abundancia para los Silonitas y que dejen "...las lágrimas para otro momento y hablemos como hombres." Aprendiz de hombre En el camino les salió al paso algo que caminaba, de andar sin rumbo, de ojos de perro. Sonriente, la cosa, amigó su mano a Kristóbal, quien con ternura la aferró (era una mano fría y pulida). Es un muñeco de palo, dijeron, hecho a imagen del gigante de madera que los Iberianos incendiaron . Amaunac creo cientos de ellos para aliviar a los hombres de la servidumbre; pero son torpes y caminan sin rumbo; tienen un entendimiento muy raro y no saben lo que es la vergüenza. Conocen el misterio de la niñez que para los adultos es siempre un recuerdo y para los niños algo que viven como los animales. Quedan muy pocos; son muy frágiles. Antes había cientos por las calles de Silón pero lo siberianos en una sola noche los quemaron a todos . Los muñecos gemían y abrazaban a sus esposas para que el fuego los llevara juntos; otro huían despavoridos por las laderas con sus cuerpos en llamas. .
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